No, no voy, ist just wishful thinking after seeing some beautiful pictures of Bogota and other places in the country. Aveces me pongo a pensar que haría si volviera por una o dos semanas. Tendría tantas tantisimas cosas que hacer y que ver, que probablemente no podría dormir ni descansar un poquito.
Aveces cuando estoy apunto de dormirme o en algún lugar/momento de especial felicidad, se me va la cabeza a un punto exácto de Bogotá: la calle 19 con carrera 3a, donde el transmilenio daba la vuelta cuando yo todavía vivía en Colombia. No se por qué... simplemente me imagino a mi misma en el centro de esa locura de tráfico y de gentes apresuradas a sus trabajos y a clases y de alguna forma se que allí pertenezco y que allí estoy en paz. Salir del país me abrió la cabeza, me mostró quien era yo, me dio en la jeta figuradamente para que la niña consentida y de la casa aprendiera a ver que carajos hacía con su vida y dejara tanto lloriqueo. Y resulta que al salir del país y al tener la certeza de que ya no volvería a vivir allí fue que me dí cuenta que allá es que pertenezco y que yo desde hace rato sabía quien era yo misma. Que ironía.
*****
En mi colegio había:
1. un árbol de cerezas que daba unos frutitos negros y ácidos los cuales todas tratabamos de coger y comer aunque supieran terrible y dieran dolor de estomago
2. Una perra blanca llamada Katiuska, de una paciencia estóica para soportar niñas de kinder a 2 de primaria que la consentían TODOS los días
3. Un bosquecito lindísimo, si bien no contaba con más de tres o cuatro eucaliptos que servían de escenario para cuanto juego había en el recreo
4. Una burra llamada Algo que no me puedo acordar. También era la mascota del colegio y todo el mundo pensaba que era la absoluta maravilla, pero a mi me caía gorda y un día me mordió la espalda. Pinche burra.
5. Un señor llamado Cháves, que nada tiene que ver con el mono de presidente que tienen los Venezolanos. Era un tipo flaco y de pelo oscuro que fue lo único que cambió un poquito con los años haciéndole ver mayor. De resto Cháves era como los árboles, siempre estaba allí, siempre haciendo algo. Era el alma del colegio. Hace poco oí que andaba enfermo del corazón. Si Cháves se muere, merece entierro en la montañita y un pabellón de la biblioteca en su nombre.
6. Una montañita en el parque de preescolar, donde en los recreos se untaban los uniformes de pasto verde y se podía tomar el sol y jugar a escalar. Desde allí si uno quería, se podía ver todo el colegio de una.
Mi colegio me duele aveces cuando estoy sola en mi actitud de adulta y tirándomela de gran cosa. No tuve muchos amigos allí, la mayoría de la gente pensaba que yo estaba...un poquito off. Pero mi colegio, el pasto, los árboles, el cubo, las paredes, ellos me vieron crecer y caerme, y reír muy muy fuerte, pensar y escribir y llorar un poquito aveces.
2 comments:
La burra se llamaba Jacoba. Una vez asomó la cabeza por el salón de Transición A y yo le di a comer una tiza rosada.
Si me pongo a pensar en el colegio en sí, las instalaciones y algunos de sus profesores, salen buenos recuerdos y hasta me hace falta. Si en cambio pienso en los otros profesores y las estudiantes, los recuerdos son pésimos y agradezco haber dejado esa etapa atrás. El colegio nos hizo quienes somos, pero mucho de ello se basa en cicatrices de malos momentos gestados en un microcosmos superficial y excluyente.
Últimamente he soñado que vuelvo al colegio, específicamente a clase de música. Creo que ese salón y el coro eran casi un refugio para mí durante esos años.
Jacoba, tienes razón. Creo que en el fondo me caía bien pero... no le perdono el mordisco.
Yo no puedo decir nada en contra del colegio como tal, a mi casi que me tuvieron que pagar para que me fuera... las niñas en su mayoría me caían medio mal, nunca me sentí pertenecer a ninguno de los grupos de mi curso, para la mayoría de ellas yo era una profesora más (los niveles de intensidad que alcancé en el bachillerato no tienen nombre) Pero había algo en el colegio cuando estaba desocupado bien temprano en la mañana o muy tarde (yo, intensa máxima, llegaba a las 6:30 am y me iba hacia las 7:00) que me gustaba mucho. La biblioteca estaba a mi disposición en su mayoría, los muchachos del Anexo eran tremendos para sentarse a hablar un cafecito, las señoras de la cocina terminaban siempre regalándole a uno pan o postre o lo que fuera. Como que las paredes me hablaban, y me sentía muy segura y calmada al caminar por los pasillos y sentarme a hablar con Milton o Sampietro (I love Sampi…)
Yo sueño con el colegio muy seguido, que estoy allí de noche y que el tiempo no me alcanza; las paredes se tiñen de azul y hay relojes por todos lados.
No me da pena. Yo soy la súper pacha (que oso, eso dijeron de mi en el grado… y qué)
Post a Comment